La primera noche de verano
del año en que el mundo aborreció su fin
y se aferró a tus piernas para desatar
millones de argumentos catastróficos sobre mis ojos,
sobre los tuyos.
La noche en que fumamos las palabras del otro
entre una muchedumbre de veraniegos y anduvimos los pasos
que tranvías feroces y atropelladas manifestaciones
y estudiantes y banqueros y oficinistas y prostitutas
anduvieron mucho antes que el verano despertara en tus piernas
y tú quisieras caminar conmigo.
La noche en que fui al grano y entramos en la primera cantina
y las cervezas nos faltaban,
y la noche siguió su curso, y nosotros el nuestro.
La noche en que cruzamos de norte a sur fuera del tiempo
esquivando hombros y ciclistas,
y hablamos de todo ante la muchedumbre.
La noche que no bastó para tus piernas
que quisieron habitar eternamente la sombra
y que el engranaje del tiempo se detuviera en las manos del capitalismo
y viéramos de una vez caer edificios y lenguas y carnes.
La noche en que vimos al fin la otra luz, secreta, de la embriaguez nocturna,
en que tu cuerpo se extendió por las calles todas
y no tuve que salir a buscarte,
pero tampoco te abarqué.
La noche en que el final de los tiempos dejó su letargo
y con un tiro en la cabeza se acabó el antes y el después.
La noche en que fuimos inmortalmente libres de tarjetas de crédito
y sólo nos bastaba la carne como firma de todo contrato,
de la compra y venta de tu piel y la mía.
La noche en que la noche se fue al carajo
y nos volcamos en labios y miradas y roces atrevidos
y no respetaron reglas de tránsito las manos,
ni hubo guardián alguno que te previniera de mí.
La noche en que hicimos la guerra a la guerra
y nos volvimos los héroes de nadie,
y guardaste de cada batalla la marca entre las ingles,
y las tiendas se cerraron y se calló el mundo
pero ni aún el vacío nos bastaba.
La noche en que pusimos la historia en un papel
y delirantes le prendimos fuego,
y se iluminaron tus ojos,
y fumamos los siglos precedentes,
y empezamos otra historia.
La noche en que mis dedos tocaron el Aleph
y sentí a los niños de mi infancia
correr sobre mis yemas, sentándose ya viejos
a decir sus historias,
y a los padres de sus padres
y tú me revelabas todo en tu secreto espacio.
La noche en que encontramos la llave de la noche
le abrimos las piernas, y nos volcamos en ella.
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