Monday, October 11, 2010

Espero para llevarte a casa;

me muerdo los labios,
salgo a fumar por eso de los nervios.
Camino la calle trasera del teatro
pensando a medias en ti,
es decir, pensando pero tratando de no.
Busco algo sobre las bardas viejas, la polvareda.
Un hombre tiritando entre andrajos
me mira fumar,
le ofrezco un cigarro
–lo cual es poco usual.
Niega sin agradecer.
Levanto los hombros, saco unos trident
de a dólar que compré con los cigarros,
calculo cuántos motita hubiese comprado
por el mismo precio,
regreso donde tú no estás.
Impaciencia.

Adentro la alegría del éxito,
las pegajosas sonrisas a que me he vuelto inmune,
los abrazos y las críticas como patadas en el testículo izquierdo
–en mi caso el más vulnerable.
Te veo hablar con un fantoche,
un caribeño alardeando de poeta.
Imagino que te dice alguno de sus bodrios,
que ojalá podamos salir un día,
me fascinó tu actuación,
eres estupenda, y dime dónde estudiaste.
Pido más vino pero no me acerco,
le digo mejor al viento que me lleve lejos,
que aquí no hay nada para mí.
Termino tomando solo en el baño
hasta que tu voz o su respectivo eco
dice que ya es tarde.
Obedezco.

Yo no sabía que los actores cargaban
con la escenografía para guardarla en casa del director,
no lo supe hasta ahora.

Los celos son rabia, cobardía,
miedo sazonado al gusto
–sabes que los prefiero well done,
el gesto amable como el picante,
un poco de amor acorralado,
ala de pollo que no conoció las nubes
hirviendo bajo el fuego de tus jeans pegados.
Me miras emprender la fuga
(cuántas ciudades caerán hasta que estemos solos),
tus ojos de no me dejes.
Me detengo.
Inseguro extiendo mi mano para tomar la tuya.
Cruzas la calle.
Te sigo sin querer pensar en la mano que quedó esperando.

De la noche conozco mis pensamientos:
sobre estrellas morbosas,
sobre la luna desnuda
y lo mucho que debe parecerse a ti
cuando así la miro.
Sé de borracheras, de orgasmos furtivos,
súplicas a media calle,
de robos, accidentes,
de la niña fumando mota en el parque
frente a la lívida mirada de los gangsties
Las manos sobre el brazo hasta el cuello,
acarician el pelo espigado de gel,
mientras ella perdida se deja ir al otro estado.
La caricia avanza sobre las piernas,
la ingle. Ella se mueve placenteramente.
El botón,
de ahí el infinito.

Pero no sé de tus noches,
jamás pensé que sabría,
o si pensé no lo imaginé tan cerca.

Empiezo a conocer tus labios
moldeando aire para formar palabras.
Tus labios sobre los míos,
a tientas como cualquier primera vez,
como cualquier segunda
–la tercera está en suspenso.
En el camino queda la charla.
Mejor no preguntar lo que se dijo
del semáforo, pasando por el 290,
hasta la puerta de tu casa.

Recoges la mano abandonada millas atrás,
el universal lenguaje de los cuerpos
se abre paso entre las sombras.
Hay contactos largos, precisos, vibrantes,
otros también bastante torpes
de los que no me culpo.
Tú mides el tiempo.
Para mí lo único real
es la palanca estorbando entre nosotros
como barrotes guardándote de este animal en cautiverio.
Tú mides el tiempo,
pero la noche es noche una o dos horas antes,
una o dos horas después.
Por eso el miedo es alcanzar el día:
ahí el tiempo vuelve a su redil.

Baja.
Qué.
Baja.
Para qué.
Ven.

En el parque un claro, desde él
la enorme pantalla, el cielo.
Dónde están las constelaciones.
Tras la cortina de humo y luces de la ciudad.
Mejor será volver, la policía aquí es muy constante.
Volvemos.

Retomamos el oficio,
al poco tiempo tengo hambre,
manejo hasta un Golden Nugget.
Afuera las noctámbulas miradas
sobre los labios en fuego.

La mesera, las enchiladas, tu sopa del día.

En la calle de tu casa siempre hay lugar para nosotros.
Son ya seis horas –dices.
Yo te pido un vaso de leche
–única excusa verosímil
para aligerar lo inminente.
No sé,
no vamos a aguantar.
En eso yo no había pensado:
en aguantar.
Insisto

Sobre la acera intuyo
tu mano apenas más pequeña que la mía.
Luego las llaves, la puerta, otra puerta, el vergel,
tú la viña, en tus labios el fruto maduro,
el fermento, la embriaguez.
La cama nos contiene,
a sus anchas el encarnizado amor.

He dicho que no pensé enterarme de tus noches,
por eso la palabra protección
me suena extraña.
Sales en mi ayuda.
La sangre me corre de la ingle a las mejillas,
pronto regresa torbellino,
entonces el amor mojado,
la saciedad.